In Memoriam)
Yo era un niño y me aferré a las plumas
del ave exótica que en jaula mantenías
y para mí tantas veces librabas;
volaba así a extrañas maravillas
en que tu fuiste iniciadora y maga.
Tiernos ojos de uva y porte de zarina;
el panal es campana para avisar del fuego
pues la miel derretida convocará a los osos
que hibernan en el parque del palacio de invierno.
Y tú vestida en nutrias y en martas cibelinas
ordenas que se traigan por guardabosques flores
y todo sea encerrado y oculte entre los muros
que esconden el tesoro de madreperlas vivas.
Los árboles dorados te otorgan sus medallas
y orlan tu paso regio armada de tijeras;
con perspicaz mirada salmodias los latines
mientras rosas desgranas observando el poniente.
Recuerdo los paseos que cruzan por los puentes
envueltos de oraciones con el frío en la cara,
tu aliento calentando las románicas naves
mas luego vuelta al lecho de eucaliptos sahumada.
Dentro en los perfumados estantes de la cueva
cuajados de topacios, de oros y de rubíes,
cuelgan pieles salvajes sujetas de altos garfios,
y gira en engranajes la música hechizada.
Mandabas —mano regia— sobre tropas innúmeras
en un vals de pingüinos que entre las mesas danzan;
cedes preciados linos a salvajes doncellas
y al tiempo endulzas vinos en ánforas de plata.
Eras la maga antigua de alguna antigua saga
que remueve en los cálices licores especiados
mientras que del armonium despréndense las notas
como plumas celestes de algún faisán dorado.
Rememoro tormenta batiendo en torreones
del antiguo castillo en donde tú morabas;
subimos escaleras con velas encendidas
y todos detrás tuyo orando a Santa Bárbara.
Amplios campos de Chester en humo los transformas
—convocados espíritus en volutas se aprecian—
como incienso a los dioses en displicente ofrenda
con que arrancar favores que nunca te negaban.
Sí, poseías un “geiger” para buscar filones
del uranio escondido en vetas radiactivas:
extraños los caminos del laberinto agreste
que los "tic-tacs" científicos a tu paso le marcan.
De aquellos sucios antros repletos de rapiña
en que réprobos zíngaros van a ofrecer sus lámparas,
escoges rara perla de algún mar muy distante
metido en caracola que en tu gaveta guardas.
Ya por los dobles fondos que dan hacia la gruta
sumerges tu persona reapareciendo orlada
de cruces milagrosas, de esvásticas celestes,
de agremanes antiguos en túnicas dalmáticas.
Calzada en cocodrilos, vestida por los tigres,
oro verde en muñecas y serpiente en el cinto,
bajas las escaleras con un porte pausado
en el perfume extraño que tu espera embalsama.
Y aquel príncipe ruso, aquel Sergio lejano
por el que aprendes frases de alfabetos cirílicos,
deposita sus besos como ángel de Bizancio
sobre párpados puros que en sueños aceptabas.
¡A la gloria! ¡a la gloria! en "Bugatti" celeste
donde tu echarpe ondee como bandera alada;
subamos al carruaje desde este bajo mundo,
tan sólo transformado al cabo por tu magia.
© albertotrocóniz / 01
Texto: de "POEMAS DE LA TORRE DEL HOMENAJE"
Imagen: "Tsarevich Iván coge las plumas del Pájaro de Fuego" (1899)
de Iván Yákovlevich Bilibin
de Iván Yákovlevich Bilibin
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