Cae en mis manos un álbum de fotos
desordenadas, ajadas, amarillas,
viejas, abarrotadas, desvaídas;
pienso en el polvo de un reloj de arena,
y en los pedazos de un espejo roto.
Ocres daguerrotipos: allí abuelos
el día de su boda que fue blanca
y esas otras de aquella de los padres
en la fecha feliz antes de escarcha.
Fotografías de infancia en Salamanca
inmerso en el jardín del paraíso;
tíos y tías junto a la matriarca
y la chiquillería de los primos
en que se prometían días plenos
truncada al cabo su dicha y esperanza.
Fotos antiguas del niño, luego el joven:
veo el cuerpo mudar en la secuencia
siempre un tanto orgulloso y descontento,
aun puntualmente respondiese al nombre
que en foto del bautizo se le diera.
Otras en blanco y negro reviradas
con soporte en papel ya envejecido
del colegial sobre las escaleras
con otros compañeros sonrientes,
como si aquellos días tan dolientes
nunca hubieran contado para nada
(esto complace al capricho del destino:
posa el ministro junto al asesino).
La foto de la mili y de la Jura,
descoloridas de aquellos amoríos
—que hoy agradezco el no haberse cumplido—
y aquellas en colores tan brillantes
de las gozosas jornadas del verano
en la finca durante vacaciones
y aún más felices días de Navidades
que pareciera que ayer hubieran sido.
Fotos mezcladas en ocasiones varias
ya de ventura, ya de desventura:
con novia la que fue definitiva;
las de la boda y la meliflua luna,
de cuando nació el hijo, él en mis brazos,
en un entierro, en la licenciatura…
la carcomida del amigo muerto
donde se hace patente su locura.
Fotos, fotos "ad nauseam", infinitas
—indiferente las mira ahora mi gato—
coloridas mariposas ya cadáveres
o bien hojas marchitas desecadas
entre páginas del libro almacenadas:
historias rescatadas por un rato.
Luna quebrada en charco del olvido
que en miles de reflejos multiplica
azogue roto en un espejo antiguo:
fugaz desfile de varias criaturas
que se me ofrece como fijado insomne;
humo en espacio-tiempo constreñido.
Fotos que me miráis desde lo eterno
cual no hubiera futuro ni pasado,
recordando cuan deletéreo infierno
fue el mundo que los muertos han pisado,
y me acusáis de permanecer vivo,
y me indicáis de mi destino cierto.
Cierro el álbum: misterio y paradoja
la que delata al cabo del engaño
apercibiendo que vida es como sombra
plasmada en un cliché por luz que hubiese
nunca cambiado, fue siempre la Conciencia
en testigo que observa y en el que resplandece
el único sujeto: la Presencia.
Eso es lo que es, al ver el álbum veo:
ni soy ese que ve, ni lo que es visto;
soy el acto de ver, sí, simplemente.
© albertotrocóniz / 16
Texto: de “POEMAS DEL GOZO Y DE LA SOMBRA”
Imagen: de “FOTOPINTURA”
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