lunes, 3 de noviembre de 2014

DERECHO A DECIDIR CÚANDO LA MUERTE

Llega de Estados Unidos la noticia
de una mujer de veintinueve años
que decidió poner fin a su vida;
tenía un cáncer terminal en el cerebro
y más enferma se encontraba cada día.

El futuro que al cabo la esperaba
era el de estar postrada en una silla
con atroz sufrimiento y sin valerse,
más el dolor de amigos y familia.

Declaraba el gran amor a todos ellos,
ser muy feliz con padres y su esposo,
y esto precisamente la condujo
a tomar una drástica salida.

No pasaría de primeros de noviembre;
todo lo programó con eficacia:
se cambió de residencia hacia un estado
que permitiera en sus leyes la eutanasia.

El poco tiempo que en tanto le quedaba
lo utilizó en viajar con su marido
(gusta la vida de modo asaz intenso
cuando se sabe de muerte amenazada).

Llegó la fecha, reunió en su dormitorio
alrededor del lecho a sus más próximos,
bebió los ingredientes de dos frascos
proporcionados por el equipo médico.

"Quiero se entienda bien: no es un suicidio,
no hay nada en mí que quiera suicidarse,
todo desea vivir mas no es posible
con dignidad en estas circunstancias".


Yo por mi parte ante ella me descubro,
frente su claridad y valentía;
cuando la vida sabemos que se acaba,
¿porqué hasta última gota el apurarla?.

Yo no soy partidario del aborto,
pero soy defensor de la eutanasia;
entiéndase, de una muerte elegida
por uno mismo, sin que otros lo decidan.

Con buenos ojos también veo el suicidio
—cual en Japón sepuku o harakiri—
considerado como salida honrosa
a ciertas circustancias del destino.

Es como todo, un asunto de conciencia,
de una visión muy clara y sin prejuicios,
y de una acción que de verlo deriva,
afrontando valientemente el hecho
de que no hay muerte y de que todo es vida.




© albertotrocóniz / 14
Texto: de “TAL COMO LO VEO”
Imagen: “Billete de Ida (y Vuelta) en Dos Tarritos” 
de “FOTOFILTRADA”

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