Hace apenas unos 30.000 años…
tú eras de “Neanderthal”, yo de “Homo Sapiens”
—bueno las cosas no tenían nombre entonces—
seguía a mi clan desde el centro de África
por la polar, en busca de la caza.
Cruzando en balsa un mar —pocas jornadas—
llegamos a una tierra de conejos
(la que después se llamaría Hispania)
y allí asentamos, mas el conejo harta
si es comido por siempre cotidiano,
—aparte lo aburrido de su caza—
con que llevados de un deseo de aventura
migramos más al norte y poco a poco
nos encontramos apenas sin recursos
en un clima muy frío ya en invierno.
Azuzado del hambre yo salía
a buscar animales por la nieve;
debía de alimentar a dos mujeres
y a una prole de críos que lloraban,
y fue de pronto en medio de los bosques
cuando te divisé, llevabas leña
acarreándola camino de unas grutas
donde tu tribu dentro se refugiaba.
Chocaron las miradas, nunca antes
había visto un ser de tu pelaje:
algo extraño y fascinante al tiempo,
de aspecto primitivo, tan exótico:
ojos hundidos bajo de arcos ciliares,
los brazos largos —más que "monos", simiescos—
baja estatura, robusta aunque graciosa,
de arriba a bajo pintarrajeado el cuerpo
y esos sonidos que hacías guturales.
Tú también te asustaste en el encuentro
y tu impulso fue huir de aquel extraño,
mas reparaste en mi collar de conchas
y destellaron en luz nueva tus ojos,
con que venciendo el miedo te acercaste
para tocarlo por demás fascinada;
yo adivinando cúal era tu deseo
me lo quité poniéndolo en tu cuello.
La gratitud por la joya deshizo
todo recelo y el pavor que te daba
(tú a mí también —tu aspecto era de ogresa—
aún me atrajese tu "look" animalesco).
Me sonreíste y transformaste en ángel,
luego echaste a correr como una loba;
yo te seguí adentrándome en el bosque
mas de repente sentí como se hundía
el suelo bajo mí; sí, era una trampa.
Al poco rato de estancia en agujero
me vi por cima rodeado de semblantes
de aspecto fiero que agitaban sus lanzas
y adiviné que me veían como cena,
mas esa chica trataba en convencerles
no hacerme daño, mostraba los collares
lo cual produjo grandes exclamaciones
y me sacaron y luego condujeron
a su guarida, una cueva en la roca;
me agasajaron sentado frente a hoguera
y dieron a beber dentro de un cráneo
sangre sin duda que fue de un prisionero.
Después del ágape nos arrimamos juntos
cabe las brasas por combatir el frío;
debajo de las pieles nos buscamos,
tú despedías un olor tan intenso…
podía yo escribir —de haber sabido—
los versos más tristes esa noche;
en el azul titilaban estrellas
y el viejo impulso condujo al apareo.
Tras unos días apareció mi gente,
venían a buscarme preocupados,
salí a su encuentro logrando depusieran
su actitud belicosa ante el extraño
e hice sentaran alrededor del fuego;
así empezó esa historia imposible
del Homo Sapiens con tribus Neanderthales
en el solar de aquella vieja Europa
tomada de glaciares y de hielos.
Compartimos nuestros conocimientos:
más refinados los propios si se quiere
con los conatos de religión y el arte,
pero en la caza ellos eran maestros:
me refiero a la caza con mayúsculas
sobre todo de aquellos grandes monstruos
que llamaban “mamuts”; si caía alguno
teníamos ya dos meses alimento.
Despreocupándose por tiempo del sustento
había ocasión de abordar otras cosas:
batir pieles tensadas con un hueso
produciendo sonidos estupendos
que daban ritmo a todas nuestras danzas
en los bailes rituales y frenéticos
(germen de las de las actuales discotecas);
o pintar las paredes de las cuevas
con carbones y grasa con pigmentos
reproduciendo escenas de animales
para cazarlos más fácilmente luego.
La convivencia duraría unos mil años,
mas poco a poco se fueron extinguiendo:
una extraña enfermedad los atacaba
con hemorragia interna y caían muertos;
tampoco fue posible nos mezclásemos
(fuera cruzar a chacales con perros),
algo pasaba con nuestros ADNs
pues el fruto descarrilaba en fetos.
Así quedamos ya en “Homo Sapiens Sapiens (??)”
(no confundir realidad con el concepto)
como únicos señores, únicos dueños
en esta vieja Europa, y… ¡cuanto tiempo!.
Por lo que nos atañe en el relato
a tí y a mi de aquel primer encuentro
en la Prehistoria, luego en la Historia escrita
—do en muchas épocas tuvimos nacimientos—
hasta estas líneas aquí hoy rememoradas,
hemos andado juntos largo trecho.
© albertotrocóniz / 13
Texto: de “HISTORIAS Y RELATOS”
Imagen: “Mi Chica Neanderthal”
de "FOTOPINTURA"
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