que reunía un elenco de “figuras”
(algunas tipo “Franz de Copenhague”)
para tratar sobre el ahorro de energía
en edificios y por ende en las ciudades
y así hacer todo el tinglado “sostenible”.
Este es uno de los tópicos y/o eslogans
que sirve a apaciguar nuestras conciencias
de estar poniendo remedios adecuados
a este mundo desbocado en crecimiento
demográfico que esquilma los recursos
y poluciona en plan suicida el medio;
de un —así llamado— desarrollo
de un —así llamado— desarrollo
que no puede frenar en su carrera
pues se basa en ser “pirámide de Ponzi”
alimentada en su base por la deuda
que ha de pagarse con usura de intereses.
Está de moda el “edificio Inteligente”
(ya que humana no sobra inteligencia
a la que hace tiempo renunciamos
pues no vemos más allá de las narices);
y cuando “el árbol impide ver el bosque”
se hace el memo también allende España;
ya lo enunciaba el gran cazurro Goya:
“los sueños de razón producen monstruos”;
y en todos sitios compruebo “cuecen habas”.
La ponencia inicial era el proceso
que se ha llevado a cabo en Dinamarca:
de cómo han planeado un edificio
multitud de arquitectos e ingenieros
trabajando en comisiones y en equipo,
contribuyendo cada cual con su “ideica”
luego puesta en común con la de otros
y votando llegaban a consensos.
Esto una y otra vez durante meses
hasta agotar plazos establecidos;
la cosa es que “te cagas” democrática,
—y “siendo así no puede ser errónea”—
donde presumen el haber conseguido
reducir al máximo los gastos
en camino del cero en dos mil veinte,
a condición, eso sí, que el usuario
siga al pie de la letra los prospectos,
que apriete los botones adecuados
y que esté al día con los mantenimientos.
Es lo que tiene hacerse propietario
de un cacho de “edificio inteligente”,
que hay que volver a estudiar haciendo un “master”
y disponer del tiempo y de las ganas
en controlar a criatura “optimizada”
que se desmanda “a menores de cambio”
y a “aprendices de brujo” ningunea.
Yo después de tal parafernalia,
y en viendo expuesta la imagen del objeto,
inocente di en levantar la mano,
y pregunté por algo que chocaba
a la vista de idoneidad de formas
en relación a la función que albergan:
que un edificio casi sito en el polo
estuviese cuajadito de terrazas
(de hermosas perspectivas sobre un lago)
con heladas durante muchos meses
exhibiendo superficies voladas
exentas en contacto con el aire;
así dije que ello me recordaba
las aletas que en las motocicletas
se ponen al motor en procurando
aumentar la superficie de contacto
con el aire a menor temperatura
por disipar el calor que genera,
o cual ocurre con orejas de elefantes
que ventilan enfriando capilares.
Sentí las carcajadas contenidas
y algunas que otras miradas asesinas;
luego unos me negaron el saludo
aunque otros a apoyarme se acercaban
(es lo que tiene —ya lo decía el clásico—
preferir demostrar ser más amigo
de la verdad que del mayor amigo).
El dichoso edificio así fallaba
en algo elemental en su diseño,
del que entiendo que se hizo por motivo
ante todo comercial en su apariencia,
pero menos por ahorro de energía;
si bien suele esto usarse de argumento
que —de colar— sirve a aumentar las ventas.
Cuestioné de un plumazo sin quererlo
un trabajo de meses que no tuvo
un comienzo adecuado con las líneas
que el arquitecto hace en las servilletas
(por lo menos aquí entre los latinos
en el café y rodeado de tertulias
que proporcionan la “soledad sonora”
propiciando a nuestros sueños "rienda suelta")
y si quiere no den por frutos monstruos
se ha de saber “lo que hay entre las manos”.
Pues se olvidan las lecciones muy viejas
de la sana y antigua arquitectura
que adecuaba sus formas a lugares
tan distintos cual polos o desiertos,
atendiendo al “genius loci” y sus mensajes
y observando la vitruviana tríada
de la “firmitas”, “utilitas”, “venustas”,
que a un arquitecto ha de marcar el norte
ya proyecte en Islandia o en Marbella.
© albertotrocóniz / 12
Texto: del “CUADERNO CIENTÍFICO”
Imagen: “Elefante Térmico” de "FOTOFILTRADA"
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