Cristo muerto en la cruz —el impactante
cuadro de Zurbarán que ahora contemplo
en esta exposición que hay en el Thyssen—
preside en su silencio galería;
la hierática forma es casi un leño
de austero cromatismo en tonos pardos
tan sólo en contrapunto iluminada
sobre ropajes blancos por sus pliegues
… similares a los del "San Serapio"
de claro-oscuro asaz impresionante
también martirizado ya silente
y ocultas las heridas bajo el manto.
Pues ¡viva Zurbarán!, ¡viva la muerte!
en contraste con vida más pujante
latiendo terrenal en su paleta
aunque no fuese el tema preferente;
¡qué gran pintor tan parco con motivos
de una pintura amable, cotidiana
que retratase los modos de las gentes
(salvo en el refectorio del convento)
(salvo en el refectorio del convento)
cual en la misma época se hacía en Flandes!.
Las vasijas, las tazas, los pucheros
donde la arcilla es materia viviente,
la intimidad de objetos, su presencia
más veraz que los ángeles y santos
en escenas barrocas impostadas,
conceptos sólo, juguetes de la mente
por siempre viejos y con olor a rancio.
Cabezas de los monjes tonsurados
enfatizan mentira en la persona
—toda persona es una gran mentira—
mejor los hábitos, las texturas del lino,
las luces resbalando por los pliegues,
los capuchones, panes y calavera
en un silencio que es del todo elocuente;
peor la seducción de voluntades
con griteríos por demás estridentes
en ámbito de obscuras sacristías:
apariciones, las misas milagrosas,
halos de purpurina, apoteósis…
Es su materia la que transmite espíritu,
no los conceptos de "santa propaganda"
objeto de consumo y pago al peso
por clientela de conventos e iglesias
de olor a cirio y de sotana raída.
Mejor lugar si filtran los efluvios
desde un pequeño patio perfumado:
sus luces, su frescor, llamando a vida;
el jarro con el agua que a los labios
brinda su gozo en medio de canícula;
jarrita con el vino, casi, casi,
un pecado de gusto deleitoso;
la urdimbre de los cestos con limones,
un corderillo de lana algodonosa
los ropajes, las tijeras, el libro…
Pero no aquellos tópicos de vírgenes,
de santos o beatos que enarbolan
sus cruces cual espadas a las almas
envueltos en harapos y en jirones
en "guerras santas" de la Contrarreforma.
Mucho mejor aquellas telas caras
que tanto juego dan en cromatismos,
pintadas con primor en el detalle,
vistas por él en tiempos de la infancia
dentro de arcones del padre comerciante.
Bajo ellas lucen las bellas señoritas
de la alta sociedad; es de buen tono
aquí en Sevilla, la vanguardia de España,
hacerse retratar como una mártir
por Zurbarán, ese pintor de moda.
San Serapio cadáver cuelga enfrente
en silencio … silencio es el mensaje.
© albertotrocóniz / 15
Texto: de “CUADERNO DE ARTE”
Imagen: “San Serapio” (1628)
de Francisco de Zurbarán (1598-1664)
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