Te incorporas del lecho así ofreciéndome
la imagen de tu dorso como jarra;
de ella he bebido, del cáliz de tu boca
que en la mía con besos inundaras.
La mata de tu pelo ensortijado
era un negro boscaje al que internarse
para llegar al claro de tu frente
y al mutuo traspasar de las miradas.
Yo en separando las lianas que cubrían
acaricié tus pómulos y orejas,
mordisquee sus lóbulos carnosos
susurrándolas eróticas palabras.
Se enzarzaron las lenguas en combate
en naumaquia librada en las orillas
de labios como playas y arrecifes,
barreras coralinas de los dientes.
Sentí tu mano posándose en la rama
avanzando de luego hacia mi nido;
buscando epifanía de la fuerza
palpaste en el contorno enardecido.
Cual gacela que entre las flores pace
y en la pradera va escogiendo los tallos,
lleva a su boca y rumia y los deglute,
tal sentí que fuese tu alimento.
Por tu cuello blanquísimo mis fauces
te apresaron a fuer de ser gacela
ofreciéndose un tanto temblorosa
al predador que hacia un abismo lleva.
Del litoral coronado por pechos
me encaramé moroso hacia las cumbres
a allí besar medallas venerandas
alternando en el peregrinaje.
Para luego proseguir hacia el valle
que entrambos dejan camino de ese pozo
centro del mundo que para mí es tu ombligo;
mis pasos fueron, uno tras otro, ósculos.
Después de breve estancia en el oasis
retomé la vereda hasta la gruta
do protegías la entrada pudorosa
interponiendo tu blanca mano al antro.
Tuve que levantar de en uno en uno
suaves dedos que obraban cual barrotes
y acercando mi boca ante la boca
decir allí con voz que resonase:
“deseo entrar, permíteme que explore
con mi cayado el laberinto interno”;
y luego al punto se desató mi perra
y fue a buscarte entre paredes húmedas.
De allá salieron millares de murciélagos
con gran estruendo volando en espirales
a volver a adentrarse, para luego
con mi vara de luz abrirme paso.
Muy quedamente en alternancias rítmicas
acompasadas por las respiraciones
cual oleajes que arriban a las playas
más repetimos liturgias del asombro.
Los temblores de tierra sucedíanse
y retumbaban de mil gemidos ecos;
luego libar la miel vertí la mirra
vaciando mis alforjas en ofrenda.
Sí, allí oficiamos el rito inveterado
que une la muerte al tiempo con la vida
en esa alquimia suprema destilada
en atanor arcano para el hombre.
Y traspasado aquel instante ciego
vuelvo a la estancia en que bañan tus formas
como de ánfora, de jarra, de vasija
bajo la luz mutante de la luna
bajo la luz mutante de la luna
... y de inmediato adiviné quien eras:
la joven hechicera en sortilegio
que me atraía en “noche de Walpurgis”
al corro de sus ojos como hogueras
al corro de sus ojos como hogueras
en resplandor creciente de mi fuego.
© albertotrocóniz / 17
Texto de: "POEMAS DEL PROFANO AMOR"
Imagen: “Afrodita Bajo Forma de Bruja”
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