“Despedida la multitud subió al monte a orar aparte,
y cuando llegó la noche estaba allí solo”
—Mat.14:23—
¡Oh tú hora más sagrada del crepúsculo
(pareja a aquella otra de la aurora)
donde surge la intuición de lo divino
y conexión con el dios se facilita!.
Noto el aúreo silencio que propicias
que en el hombre incita a detenerse:
puestos en su lugar vida y afanes
dase oportunidad de trascendencia.
Entiendo que los fieles mahometanos
llamando el muecín en la mezquita,
mirando hacia la Meca al suelo postren
a recitar en oración las suras.
Asimismo las caravanas nómadas
sus camellos paran entre las dunas,
se apean y extienden las alfombras
rogando a Alá feliz final del viaje.
En su convento los monjes tibetanos
—túnicas de azafrán, cráneos rapados—
recitan interminables mantrams
cuando se oculta entre Himalayas astro.
También el fraile trabajador del huerto,
dejando a un lado aperos de labranza,
contempla aquel poniente agonizante
y hacia el cielo dirige su plegaria.
Los tonos del rosario vespertino
salmodiados en melopea hipnótica,
con la reiteración de sus estrofas
aquietan pensamientos en la mente.
Como va dicho se aplica equivalencia
de esos momentos privilegiados sacros
tanto al sol que se pone y al que sale:
lo expresado reza así para la aurora.
Yo ahora mismo escribiendo estas líneas,
observando las nubes encendidas,
solicitado por un oculto impulso
dejo caer la pluma en este instante
y me abro a aquello que de lo ignoto aflora…
© albertotrocóniz / 16
Texto: de “LA BÚSQUEDA INCESANTE”
Imagen: de “PINACOTECA”
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