martes, 26 de abril de 2022

AMANECER SOBRE LOS HIMALAYAS



Sentado allá en la cima en lo más alto

del picacho más alto producido

a lo largo de eones de existencia

sobre el planeta Tierra por los sismos 

de las fuerzas titánicas en juegos

de entrechocar las placas navegantes

como costras flotantes en el magma

del hierro incandescente de su centro;

inmerso en lo profundo de esa sima

vertical, cercano a las estrellas

contemplo amanecer en Himalayas.


Sólo unos pocos picos, los más altos,

emergen de la niebla que por bajo

cubre en manto grisáceo frío y húmedo

otras montañas que hacen la cordillera:

el Lhotse, el Makalu, el Kanchenjunga,

Cho-Oyu, el Manaslu, el Daulahiri…

a más del Everest donde esto escribo

rozando el límite de la troposfera.


Los valles de glaciares y los ríos,

los campos y poblados de los sherpas;

todo queda sumido en la ignorancia

(hasta que pasen al cabo unos minutos)

de esta visión magnífica del astro

que yo ahora gozo en áureo privilegio

contemplando su luz sobre las nieves

que ofrecen a los rayos su pureza

y él las transmuta en oro por su alquimia

haciendo parecer incandescentes;

ya recibo en mi faz antes que nadie 

de entre los hombres y todos seres vivos

el rayo que a la tierra asigna el cosmos

por mediación del Sol, su mensajero.


Todo mora en silencio de por bajo

en la ignorancia de haber la buena nueva

de que ha llegado una otra amanecida

que besa por las cumbres, las más altas,

y poco a poco disipará la niebla

iluminando por riscos, por barrancos,

por precipicios y despeñaderos

que abren sus bocas al cielo si asombrados.


Un silencio profundo y elocuente

rompe de vez en vez con avalanchas

de nieve acumulada en las laderas

que imposible ya más de sostenerse

derretidas por el calor que incide,

se lanza con violencia hacia el vacío

sepultando bajo un sudario blanco

todo aquello que encuentra en su camino.


A los dioses que moran en las cumbres

no les gusta el verse molestados

por hombres insolentes que pretenden

alcanzarlos saltándose barreras

de fosos naturales y murallas,

de la escasez de oxígeno y del frío,

del viento huracanado que por rachas

alterna inesperado y traicionero

con ventanas de aparente buen tiempo.


Mira los muertos que por doquier jalonan

en estado incorrupto conservados 

vistiendo todavía los colores

de prendas deportivas de escalada

pareciendo dormidos meramente,

descansando en el hielo su fatiga.


Ya la niebla disipa poco a poco

el beso caluroso que desciende

con nuevo impulso y pone en marcha vida;

cierro este bloc, recojo cuatro cosas

y aquellos útiles con que he vivaqueado,

y despliego las alas de mi traje

de hombre-pájaro lanzándome al vacío

cerniendo en espirales los abismos

hasta alcanzar el campamento base.


Elevando la vista hacia la cumbre

saludo desde abajo reverente

a la madre de todas las montañas.



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