Hacia el testuz provisto de sentidos:
olfato, vista y oídos aguzados…
—que así Naturaleza a las criaturas
dota con armas y medios adecuados
para sus fines de evolución de especie—
desde el cuerpo animal, desde la víscera
van percepciones, sensaciones e ideas
que inundan en su mente primitiva
y brotan hacia fuera en luengas astas
como expresión externa de lo interno
para defensa y ataque ante rivales
que le disputan el territorio y hembras.
Inmerso habita en bosque de peligros,
de miedos y esperanzas donde vive
en temor a los lobos acechantes,
a las trompas de caza, a las jaurías,
a contendientes con más potentes cuernas;
también la expectativa de otros pastos,
de limpias aguas donde apagar la sed,
de hembras en celo en tiempo de berrea,
de un paraje abrigado a pernoctar…
y así va discurriéndole la vida
envejeciendo hacia el punto final.
Un día sale a un claro donde nieva
y la luz del solsticio lo ilumina
resaltando la pureza virginal
del manto blanco que oculta toda forma;
el cielo es limpio, apenas si una nube,
y en derredor hay un silencio pleno;
es algo extraño, hay como una gran paz.
Mira su sombra arrojada en la nieve;
ve transformarse el ramaje prolijo
del laberinto errático de cuernas
percibiéndolas que al cabo van mutando
y se convierten en una forma armónica
de corazón … ya el mundo es un gran todo.
En unidad se funden los contrarios:
no hay opuestos, él es también los lobos,
los pastos y el rebaño que regenta
de las hembras cuidando cervatillos,
las trompas de la caza, las jaurías,
los ojos que reflejan la laguna
con palomas surcando por el fondo;
él es el bosque y el claro ahora nevado,
él es la vida y la llamada muerte,
aquí y ahora en un silencio sacro,
en un tiempo sin tiempo: Navidad.