Leo noticia y no salgo de mi asombro
—como cuando el burdel de Barcelona
atendido por muñecas eróticas—
de que en Japón hay cada vez más hombres
que deciden tener por compañera
no a una mujer —quizás ya la han tenido
y la experiencia no fue satisfactoria—
sino más bien a una queca en silicona
tamaño natural —huelga decirlo—
con todas oquedades pertinentes:
boca, vagina y ano imprescindibles;
los oídos y narinas, secundario
salvo para aquellos muy fanáticos
(aunque confieso no imaginar el cómo).
Son viudos, separados, ya mayores;
pero no sólo, también hay muchos jóvenes
solitarios y frikis que prefieren
el liarse la manta a la cabeza
encerrándose en cubículo con juegos
de ordenador y en las redes sociales,
alternándolo con visionados porno
y pasar de la demografía
(y pirámides de Ponzi de pensiones)
adquiriendo un monigote erótico
que les sirva en lo del sexo como wáter.
El caso es que por unos 1.000 dólares
(en el cambio correspondiente a yenes)
pues las adquieren de hábiles artesanos
que las fabrican con todos los detalles
que la Madre Natura haya previsto,
que la Madre Natura haya previsto,
y aunque sin-téticas, de aquesto están dotadas
desde la S hasta 3XL
… así como otros gadgets a la carta
a personalizarlas según gustos:
color de ojos, de tez y de pelucas,
pubis y axilas van, o no, depilados…
el tacto de la piel en todas ellas
está muy conseguido, tal parece
que se esté acariciando a una maciza.
Son por supuesto de hermoso aspecto joven
(ciertos modelos quizás en demasía)
que no se aja con el paso del tiempo
salvo por la degradación de materiales
y/o consabida obsolescencia programada
que incluyen los astutos fabricantes
en su ADN (al igual que en humanos),
lo que pudiera llevar a que un momento
de los llamados "culmen" fuese un trauma
en contemplando cómo se desintegra
aquella que el embite soportaba.
El caso Kasiburo es sintomático
y aquí lo traigo para ilustrar el tema:
es un hombre maduro pero aún hábil
que frisa aproximadamente los sesenta;
tiene dos hijos y su mujer se ha ido,
se encuentra solo y nadie le hace caso.
Se ha enamorado, pues sí se ha enamorado
—es lo que tienen vericuetos del sexo—
de una hermosa muñeca: "Hasibushi"
que buscase al principio para "eso"
y poco a poco —el roce hace el cariño—
hoy se les ve muy acaramelados
que él ha encontrado a su "media naranja"
y a mandarina entera ya ha elevado.
La viste en (cursis) galas que le compra
con sus ahorros magros de pensionista,
e incluso, incluso, en las celebraciones
—cual pueda resultar aniversario
del feliz día que la adquirió en la tienda—
regala joyas o bien perfumes caros.
Con paquetito va todo emocionado
a darle la sorpresa en un inciso
de cena íntima a la luz de las velas
encargada a un "tele-sushi" de antemano,
y aunque ella está por siempre desganada
—mantiene así la dieta a rajatabla
con que no extraña conserve su figura—
pues no hay problema, las viandas se las come
toditas Kasiburo tan contento.
Después conecta un programa romántico
de esos que hay de concursos de baile
y danzan, él tomándola en sus brazos
y ya se marcan una conga o un tango;
de vez en cuando besos apasionados
en sus labios de plástico-cereza
ponen ambiente "a mil" ante la tele
… y así la cosa va subiendo de tono
hasta que al fin pues va y la mete mano
entre esas curvas tan silico-turgentes
que ella le muestra en lencería pícara
(que por supuesto también le ha regalado).
Qué más decír: que no somos de piedra
y ella parezca no ser de silicona
pues la pasión que todo lo trasciende
la ha transformado a sus ojos en diosa
del amor, del sexo y sus placeres…
Practican mil posturas para el acto
y ella nunca se opone a sus caprichos
que es de notar son algo depravados
porque lo ensaya por todos orificios
y canalillos dejados entre formas
(e inclusive también por los sobacos).
Después exhaustos tumbados sobre el catre
él queda dormidito como un rorro
y ella le vela con sus grandes ojazos
(que abiertos siempre están por otra parte)
cristalinos, bajo enormes pestañas
(ni que decir que son también sintéticas).
A la mañana siguiente pajarillos
anuncian con sus trinos primavera;
¡ea querida! le dice muy meloso
te daré un baño a limpiar por los bajos,
y secándote luego en bien frotando
te pondré encima alguna ropa sexy
a que vayamos a pasear al parque
para ver floración de los cerezos
que en esta época es todo un espectáculo.
Ella asiente —lo muestra su silencio—
así es que él detallista a ello procede
en conjunta ablución en la bañera
enjabonando obsesivo por las partes
a eliminar todo resto en los antros
que pudiera asquear para otro uso;
a secarla masajeando sus carnes(?)
y vestirla moroso con las prendas
del sostén, la braguita y del kimono.
La monta en furgoneta, no se olvida
—pues siempre halla disculpa al sobeteo—
de ajustarle muy bien entre los pechos
cinturón de seguridad, si acaso
en atestado de accidente la tomasen
cual maniquí ergonómico de esos
que utilizan de prueba en colisiones.
Llega al destino, y en brazos ya la instala
en la silla de ruedas que plegada
les acompaña en todas excursiones,
do empujándola por bellos vericuetos
de cerezos en flor —¡es tan romántico!—
lleva a una umbría a orillas fresco arroyo.
Extiende el mantelito sobre el césped
y saca el picnic con las sobras del sushi;
luego entre el sake y entre el delicatessen
dice a su novia: “te contaré un asunto
que he pergeñado en las noches de insomnio,
dime tú lo que piensas de estos planes:
… el amor que tenemos no merece
que uno solo de entre nosotros quede
separado del otro cuando muera;
como sabes soy viejo y lo presiento,
no parece sentarme bien el sushi
de pescado (de aguas de Fukushima);
así pues lo tengo decidido:
que a ambos dos juntitos nos entierren
y por la eternidad ya estar unidos;
¿qué te parece querida la ideica?,
dime amada si te peta el proyecto”.
Ella cual siempre sumisa (aun pareciera
que una sombra de horror vele sus ojos)
guarda silencio … “¡muy bien, quien calla otorga,
arreglaré los papeles al efecto!”,
así él feliz recoge la merienda
y a ella de vuelta otra vez en la silla
empuja por la senda de cerezos.
Ya en furgoneta adaptada a minusválidos
retornan a apartamento de Tokio
perteneciente a una colmena enorme
que ha aceptado de pleno a la pareja
(lo que incluso a hecho cundir ejemplo
entre varones y asimismo entre hembras).
Prosiguieron su cotidiano idilio
durante el lapso que todavía quedaba
mientras llegó ese momento infausto
en el que él —ya en radiaciones verdes—
efectuase inevitable tránsito
efectuase inevitable tránsito
y en tradición de los antiguos sátrapas
se llevara a ultratumba a compañera.
Mas poco le durase tal idilio;
no pudo descansar ni estando muerto
en su eterno yacer con Hasibushi
pues atrajo la presencia de necrófilos
merodeando de noche en cementerio
hacia ese túmulo radiando en luminancia
cual fuese reactor nuclear averiado.
Un día nefasto allí que la violaron
y después se llevaron el "cadáver"
(que pareciera estar momificado
manteniéndose sonriente en todo el trance),
para venderla como esclava del sexo
a una mafia de trata de muñecos
dejando a Kasiburo descompuesto.
Ahora él vaga intranquilo por las noches
como Otelo nipón atormentado
de alma errante buscando por el mundo
a aquella quiere sea la madre de sus hijos
en su reencarnación en nuevas vidas.
Hay quien dice que ha poco se le ha visto
llegando hasta el burdel de Barcelona
por ver si allí encontraba a Hasibushi.
MORALEJA: este cuento demuestra
(está inspirado en verdadera historia)
que el amor no depende de nada
ni de nadie, pues es nosotros mismos
quien lo ponemos o quitamos a un objeto
que tan sólo nos sirve de soporte,
ya sea juguete, mascota o bien persona,
(aunque esto último quizás correspondido).
© albertotrocóniz / 17
Texto de: “LA ESPUMA DE LOS DÍAS”
Imagen de: “FOTOFILTRADA”
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