viernes, 18 de abril de 2014

APÓCRIFO SIMÓN TAMBIÉN TRES VECES

Yo estaba allí inmerso entre el gentío
calle arriba siguiendo cerca al reo
Jesús de Nazaret; sí, era aquel mismo
al que siendo yo un niño conociese
junto a mis padres  —ellos eran pastores—
muy cerca de Belén aquella noche.

Semblaba el cielo —yo siempre lo recuerdo—
por demás claro, no por salir la luna
(como ayer que hubo esa luna de sangre
facilitando el que se le prendiese),
sino porque lució brillante algo en lo alto
que iluminaba, nadie supo el origen.

El caso es que fuimos todos juntos
niños, mayores, tomados de las manos
con gran temor del extraño suceso
siguiendo impulso que no podía explicarse
en dirección hacia donde apuntaba
yendo a dar a un establo en las afueras.

Se guarecía un matrimonio joven,
forasteros sin duda de camino
a cumplir con empadronamiento;
y en un pesebre abrigado entre pajas
estaba su hijo, allí recién nacido.

Una gran paz había como música
que inundaba todos los corazones,
y alumbrando la pobreza del antro,
una luz que no era de este mundo
nos revelaba una visión distinta:
"Adoración" es quizás la palabra
que a eso inefable más pudiera ajustarse.

Ellos dejaron besásemos al niño
lo que produjo gran gozo en cada uno;
tuve ocasión de acercarme hasta verlo,
nunca olvidé aquella su sonrisa
y al ver sus ojos —en él miraban siglos—
algo tocó dentro de mí profundo
llenándome de paz; por siempre lo recuerdo.

En gratitud les dejamos ofrendas:
quien un pan, quien un queso, una moneda…
ya desde entonces me preguntaba a veces
qué sería de él, hasta que hace bien poco,
cosa de un año o dos, volví a encontrarlo
ambos ya hombres, él frisaba los treinta
yo algo mayor; fui junto a mi familia
a oír un sermón que daba orilla al lago.

Sus palabras obraron en mi efecto
transformador, desmontaron ideas
inveteradas aceptadas de siempre
sobre el poder, la fama, la riqueza;
me mostraban por contra que yo era
hijo de Dios y hermano de los hombres
y en caridad, superando egoísmos,
buscarle a Él por sobre toda cosa.

Gran multitud se congregaba a oírle
y fue otra vez la sensación idéntica
cuando acercándose repartiendo alimento
—panes y peces— me los tendió en la mano
y al mirarme, como miran los siglos,
reconoció dentro de mí a aquel niño;
me sonrío y fuese esa sonrisa
junto a palabras sabias de él oídas,
el alimento que siempre había esperado.

Ahora lo veo fatigando estas cuestas
cargando con la cruz; va a ser clavado
en lo alto del monte Calavera
junto a otros dos ladrones a ambos lados;
le han aplicado un castigo tan duro
con azotes por orden de Pilatos
que apenas puede soportar él tanto peso
y van dos veces las que ya se ha caído.

Un grupo de mujeres detrás siguen
—sin duda pertenecen a su secta—
va con ellas la madre, aquella joven
que conociese la noche referida;
una de ellas venciendo los temores
de ser recriminada por la guardia,
se le ha acercado para enjugarle el rostro
de sangre y de sudor sacando un paño.

Si esa mujer ha sido tan valiente
y en premio ha recibido su sonrisa
y su mirar, yo no habré de ser menos;
buscaré la ocasión de hacer lo mismo
… cuando de pronto un oficial me grita:

¡Tú el de Cirene, ven a ayudar a este
caído en el suelo que ya los latigazos
no bastarán a que con la cruz cargue
el resto del camino que le queda
para llegar y ser ajusticiado!.

Una tercera vez para mí fuese
la de aquella ocasión de ver sus ojos
que me miraron como miran los siglos
y en mí sentir de nuevo su sonrisa
agradeciéndome la ayuda que prestaba,
aunque allí tuve la sensación profunda 
de que él estaba libre de toda ayuda
y que era yo quien la necesitaba.

Algo distinto noté sobre otras veces
respecto a encuentros con el de Galilea;
si la primera fue Amor en aquel niño
en el que el orbe mostraba su inocencia
y la segunda fue de Inteligencia
en comprensión de las verdades últimas
sobre Dios, sobre el mundo y mi mismo…

en esta de ahora sentía la Potencia
de algo muy grande que estaba puesto en juego,
de ir caminando por la hoja de un cuchillo
del que caerse fuera peligrosísimo:
destrucción absoluta sería, o por contra
la salvación camino hacia la meta;
con su sonrisa supe la opción seguida.

Mientras llegamos hasta lo alto del Gólgota
estuve alegre el resto del camino:
un gozo intenso ajeno a circunstancias
que allí se daban por lo demás inicuas
pero falaces como lo fuese un sueño,
y no la realidad; ella se daba
en otro plano, que no era de este mundo.

Me alegré siempre haber sido de ayuda,
al menos física, llevando su madero,
aunque soy yo quien recibe su aliento
cuando mi propia cruz debo cargarla
a lo largo después toda la vida.



© albertotrocóniz / 14
Texto: de “POEMAS DEL AMOR SAGRADO”
Imagen: Paso del Cristo y Cirineo.
de "FOTOPINTURA"

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